martes, 12 de octubre de 2010

Hymnica y Siddhartha

Era como si la gente girase haciendo círculos concéntricos a mi cuerpo, como si los olores del chorizo, los churros, los inciensos y el cuero se sintiesen atraídos hacia mi por una extraña fuerza gravitatoria. También era yo la dueña de los timbales, que venían saltando entremezclados con las voces del gentío; el grito del niño, el carrito sobre los adoquines, tum tum, tum tum, mira esas pulseras, ponme un queso de esos, cuanto cuesta aquello? ...Y yo era consciente solo como lo eres en un sueño.
Mi trasero reposaba sobre la silla de una terraza de la plaza de los Santos, en pleno mercado medieval. Sobre la mesa en frente de mi, testigo de que yo era el era el astro de aquel sistema solar, un café descafeinado y cuatro libros que me acababa de comprar. En mis manos, el mas fino de los cuatro; vestido en rojo y de cuerpo delicado reposaba “Hymnica” de Luis Antonio de Villena.
En medio de aquel exceso para los sentidos, un espacio incoloro se abría frente a mi con cada pagina... cada poema expandía el aire en forma de burbuja, aislándome de todo aquel zumbido en movimiento. Hasta llegar a la pagina 30 no fui mas que una piedra inmóvil en medio de aquel río humano... y en la 31 fui consciente de ser la nota disonante, un botón cosido en el codo del abrigo, una flor boca abajo, una chica sola leyendo poesía en medio de aquel disparatado jaleo. Entonces sonreí.
Leer Hymnica era producto de una serie de eventos que si dejaran rastro, dibujarían una flor o una mariposa. De esos eventos que aun sencillos, te hacen sentir que la Vida es una enorme sinfonía y que lejos, muy lejos de aquí, cada sonido se ordena ocupando su lugar.
Recorría el puesto de libros como a dos metros de distancia cuando una palabra salto al aire con mas fuerza. “Siddhartha” salió de la boca de aquella chica que rebuscaba entre los libros. En ese momento y con la inercia de un boomerang que regresa, mis pies retrocedieron y mis ojos empezaron a jugar al pinto pinto entre los libros.
Siddhartha, la novela de Hermann Hesse, había llegado a mi tan solo una semana antes, a través de un camino que bien valiera otro relato y era el último libro que me había leído y llegado. Que de entre todas las palabras, aquella hubiese chisporroteado a mi paso, era un indicador claro -Un libro llama a otro libro, pensé. -Llévate uno.
Tras unos minutos de frustrarte espera, como aquel que pretende que un evento místico suceda y un libro se revele el elegido ante tus ojos, comencé a sentir la mirada del chico de detrás del mostrador sobre mi.
– Como se elige un libro?- Pregunte buscando sus ojos. Su expresión cambió de inmediato ante mi pregunta, reflejando su desconcierto e intriga.
-Que como se elige un libro? Repitió sonriendo. Pues de muchas formas -respondió sin satisfacerme- Que te gusta? Que lees?
-Quiero leer cosas sobre las que no leo -respondí.- Recomiendame algo-
Mis palabras debieron ser como una pócima mágica o un “Ábrete Sesamo”, sus ojos verdes se hechizaron y una luz se encendió dentro. Como si de una misión de vital importancia se tratase, empezó a buscar entre los títulos.
No suelo leer novelas -aclare.
-Te gusta la poesía? Preguntó el, a lo que yo respondí con una amplia sonrisa. Fue entonces cuando se dirigió en busca de Hymnica y me la trajo medio marchita como una bella amapola de papel rojo.
-éste libro te va a gustar. Dame algo más de tiempo, vuelve en 10 minutos y te habré seleccionado unos cuantos mas- Dijo revelando entusiasmo.
Esos 10 minutos se transformaron en 30; un largo paseo hasta el cajero automático, una parada para comprar demasiada tarta de queso, e infinitas micro miradas depositadas en tenderetes, caras, embutidos y dulces, pendientes y trabajos en cuero...
A mi vuelta, y como si de un trueque sagrado se tratase, intercambiamos 4 libros por 12 euros y la mitad de mi tarta de queso. Aun poseído por el hechizo y mientras vestía a Hymnica y al resto con bolsas de plástico me dijo -Me gustaría saber si he acertado con los libros cuando te los leas- y me miro como el que quiere detener el tiempo un instante sin éxito.
La gente comenzaba a agolparse frente a los libros y entonces, con una intensidad inusitada para algo que fue casi un susurro dijo -quisiera retenerte pero no puedo- En esos momentos estuvo en mi mano el sonreír, dar las gracias e irme, pero sonreí, di las gracias y un “vale, dame tu teléfono” salio por mi boca. El sonido de esta frase reboto en su sonrisa y regreso a mis oídos dejándome un poco perpleja. Al final el trueque se consumó añadiendo el papelito con los nueve números y me alejé del puesto de libros para deambular un rato entre los tenderetes. Fui persiguiendo olores y rasgos faciales hasta que aquella mesita sola en medio de la terraza llamó mi atención... y ahí me senté.
Debería dar gracias a Hymnica, motor de estos momentos e hilo con el que se ha cosido esta historia. Y a Siddhartha, que me trajo a Hymnica.
...curioso cómo se crea el presente...

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